Arrasan desalojos por crisis en España

01 de julio del 2012

La burbuja inmobiliaria y el desastre de las hipotecas está dejando a miles de españoles sin casa y con deudas de por vida

Como casi todas las mañanas de otoño en el pueblo de La Bisbal de Penedés (Tarragona), la del 4 de noviembre de 2010 era fresca y luminosa. Pero para Luis Martí era la más negra de su vida. En el interior de su casa esperaba, muy preocupado, la llegada de una comisión judicial que iba a ejecutar el desalojo de su vivienda.

Luis perdería su casa si no lo evitaba una muralla humana de 40 personas que “armados” con carteles de “Stop Desahucios” gritaban furiosos: “¡No pasarán!”. Y, al final, los policías y secretarios judiciales no pasaron.

Aquella ocasión fue la primera vez que los integrantes de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), evitaron un desahucio en España. Fue la primera victoria de esta asociación ciudadana y el caso de Luis Martí se convirtió en un ejemplo, casi un modelo, para muchas otras personas.

Desde aquella mañana en aquel pueblito de Tarragona, la PAH ha evitado 260 deshaucios y ha brindado asesoría a miles de familias que agobiadas por la situación solicitan ayuda para paralizar sus desalojos.

El Consejo General del Poder Judicial de España ha publicado recientemente un informe que revela que en los últimos 4 años se han producido 350 mil  desalojos.

Aunque el problema para estas familias no termina ahí. En España no es suficiente con entregar las llaves de la casa para saldar la deuda. Además de perder la casa, la mayoría debe seguir pagando una deuda de por vida.

La explosión de la burbuja inmobiliaria y el desastre de las hipotecas está dejando cientos de miles de damnificados: cada día en España se producen 159 desalojos, según cálculos de la PAH.

Luis Martí ya se ha enfrentado a seis, pero el banco aún no ha conseguido sacarlo de su casa. Su deuda hipotecaria es de 100 mil euros (1 millón 700 mil pesos). No la paga desde que en 2009 perdió su trabajo como mecánico de motos y “malvive” con un subsidio de ayuda familiar de 426 con el que, además, tiene que mantener a su hijo de 11 años.

El caso de Luis Martí, además de haber sido el primero con repercusión pública, ha dado aliento a muchas familias para seguir adelante. “Si luchas puedes ganar o perder; pero si no luchas, estás perdido”, cita. Este proverbio chino se ha convertido para Martí en un mantra.

En entrevista con Excélsior, confiesa que en este doloroso proceso de lucha, su hijo ha sido su principal inspiración. “Un día estaba decidido a entregar las llaves de la casa al banco, pero cuando lo vi entrar jugando con su pelota, pensé: ¿cómo voy a dejar a este niño en la calle?”.

Luis quiere evitar a toda costa que su hijo pierda su casa y advierte: “Si quieren acabar conmigo me tendrán que matar. Yo viviré hasta mi último aliento para luchar contra ellos”.

Y si él lo dice hay que creerle porque ha sido su contundencia y su arrojo lo que le ha ayudado a este dicharachero español de 53 años, a conseguir que su banco le suspenda “indefinidamente” la ejecución de su hipoteca y haya archivado su caso.

Eso no sucede habitualmente. Los bancos luchan en los juzgados por recuperar las casas aún a costa de dejar a miles de familias españolas en la calle. Contra ese tipo de situaciones lucha Ada Colau, fundadora y portavoz de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH).

En los últimos dos años, esta defensora del derecho a la vivienda se ha hecho muy conocida en España no sólo por su aguerrido activismo, sino por ser la cara más visible de una realidad tan incómoda como es la perdida de la vivienda de miles de familias.

Esta abogada recibe a Excélsior en una pequeña sala de juntas del Observatorio de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales donde trabaja en Barcelona.

Colau habla con una firmeza que apabulla. Cuesta creer que tras ese rostro sonriente y de grandes ojos se encuentre una mujer que ha hecho ruborizar a muchos políticos y banqueros españoles denunciando lo que ella define como la “gran estafa” que los bancos han cometido con miles de familias.

“Al principio, la gente tenía vergüenza a salir públicamente y decir lo he perdido todo, me voy a quedar en la calle. Necesito ayuda”, así narra Colau los inicios de la PAH.

Pero todo cambió cuando Luís Martí se atrevió por primera vez a decir: de mi casa, no me echa nadie. Para Colau, su historia marcó un antes y un después en la lucha en contra de los desahucios, porque fue la primera persona que tuvo la fuerza de dar un paso al frente y pedir ayuda.

Ada Colau recuerda hoy para este diario aquella primera acción en la que miembros de la PAH evitaron que Luis perdiera su vivienda: “Grabamos aquella acción en video, lo subimos a internet y mucha gente se animó. Vieron que sí era posible parar los desalojos”.

Lograron un efecto en cadena que ha hecho que hoy ciudadanos anónimos y solidarios se sitúan frente a una casa a punto de ser desalojada en cualquier rincón de España para evitar el desahucio de una familia.

“Intuíamos que una vez que la burbuja inmobiliaria reventara saldría a la luz el grave problema de sobreendeudamiento al que la gente no podría hacer frente”, relata Ada.

La Plataforma de Afectado por la Hipoteca (PAH) nació en 2009 en plena crisis económica como “una reacción al desastre” que supondría el posterior estallido de la burbuja inmobiliaria.

Y la hipótesis de la PAH se confirmó rápidamente: “miles de personas nos buscaron y descubrimos que el problema era más gordo de lo que habíamos imaginado”. Para Ada Colau, nada de lo sucedido es “casual”. Explica que “durante décadas”, los gobiernos españoles impulsaron una cultura de la propiedad para que la población se endeudara masivamente a través de hipotecas con muy largos plazos que, si las cosas iban mal, no iban a poder pagar.

Y así sucedió. Por eso ahora, según Colau, “es hora de plantear otro modelo donde la vivienda dejé de ser mercancía y sea un derecho, donde se priorice su función social por encima del fin especulativo que persiguen las inmobiliarias y los bancos con la ayuda de los políticos de turno”.

Desde aquel 4 de noviembre de 2010 en la casa de Luis Martí, la PAH ha logrado suspender 260 desalojos en toda España.

Pueden no parecer muchos, pero han causado un gran impacto en la sociedad ibérica por la magnitud del drama social. “Además de quedarse en la calle con una deuda impagable, la vida de todas estas personas se rompe porque la angustia económica genera tensiones familiares, ansiedades, depresiones, intentos de suicido, aumento de la violencia, alcoholismo…”

A unos 30 kilómetros del despacho de Ada Colau en el centro de Barcelona, se encuentra Terrassa. Es una ciudad de 200 mil habitantes que, como el resto de ciudades españolas, no se escapa del drama diario de los desahucios.

“Cada día se producen entre dos y tres desalojos”, nos avisa Guillem Domingo, responsable de organizar en este municipio las acciones de la PAH.

El víacrucris

Este joven de 28 años, urbanista de formación, explica a Excélsior que, además de intentar paralizar los desahucios, ofrecen apoyo a las personas que están sufriendo un “víacrucis”  personal al enfrentarse al hecho de perder su casa.

“Hace un año nos dimos cuenta que si no podíamos parar el desalojo de una familia esta se quedaba sin alternativa habitacional, por eso decidimos comenzar a realojarlas en bloques de vivienda vacíos propiedad de los bancos”, detalla.

Era una acción arriesgada desde un punto de vista legal, pero, según Guillem, era “necesaria” ante la situación por la que atraviesan miles de personas en Terrassa como en toda España.

“Legalmente es una ocupación, pero nosotros le llamamos recuperación porque entendemos que nos han quitado el derecho a la vivienda reconocido en la Constitución y con este tipo de acciones recuperamos ese derecho fundamental” aclara este activista.

Todos los portavoces de la PAH denuncian la gran contradicción en la que vive hoy la España de la crisis inmobiliaria: existen más 5.6 millones de viviendas vacías (20% del parque inmobiliario, según el último censo del Instituto Nacional de Estadística), mientras miles de familias se quedan en la calle al no poder pagar sus hipotecas.

En el número 91 de la calle Pompeu Fabra del barrio San Pedro Norte de Terrassa se encuentra uno de esos edificios deshabitados de los que habla la estadística oficial.

Se trata de un bloque de 11 viviendas que el pasado 16 de diciembre de 2011 fue ocupado por once familias, con ayuda de la PAH y queExcélsior visitó en compañía de Guillem Domingo.

“La mayoría de estas 11 familias tienen hijos y han perdido sus casas por impago de las hipotecas a los bancos”, nos cuenta.

En lugares como este se hace visible esta realidad que en muchas ocasiones es invisible y silenciosa. Aquí, entre las paredes de este edificio, se le pone rostro al drama que viven miles de familias en España.

“Sabemos de barrios donde se están dando procesos de ocupación masivos sin que nadie se de cuenta. Y es que, si la gente se queda en la calle, algo tiene que hacer, ¿no?”, plantea Guillem.

Entramos en este edificio de paredes blancas y que aún huele a nuevo. Subimos al segundo piso. Tocamos en la puerta 3. Nos recibe una amable pareja. Ana y Toni (“sin apellidos”, solicitan a esta reportera) viven con sus hijas Ariadna, de 11 años, y Jennifer, de 7 años.

El año pasado esta familia perdió la vivienda que había sido su casa durante 5 años. Acuciados por la mala situación económica, no pudieron seguir pagando la hipoteca.“Teníamos un opción: o pagábamos la hipoteca o comíamos. Decidimos comer”, apunta Toni.

El departamento habitado por él y su familia –y una pequeña perra terrier que no para de moverse por ahí– tiene todo el aspecto de un hogar convencional. Es un piso luminoso, con un amplio comedor, dos cómodos sofás, una pantalla de TV y fotografías familiares enmarcadas.

Ana y Toni están desempleados desde hace 3 años. Hoy sólo cobran un subsidio de 600 euros con el que sobrevive toda la familia. Él trabajaba en la construcción y ella era empleada de una compañía de limpieza.

En la España actual no hay trabajo ni de lo uno, ni de lo otro. “No se qué haríamos sin esa ayuda, seguramente tendríamos que robar por ahí porque no tendríamos otra alternativa”, confiesa Toni.

“El poco dinero que entra lo invertimos en las niñas. Yo me como un trozo de pan, pero a ellas las tenemos que alimentar bien”, comenta Ana.

Su compleja situación familiar es para agobiar a cualquiera, pero esta tarde ellos parecen estar muy tranquilos, relajados. “Después de pasar por todo lo que hemos pasado, al final.

 

Fuente: Excelsior

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